Hay una chica que estoy tratando de conocer. Es una mujer cansada que siente detenidamente cada cosa. Debe andar necesitando de algún fármaco que la contenga de ser tan impulsiva (suele arruinar el orden natural de las cosas con sus exabruptos ya que tiende a reventar como un geiser) y hacerse daño a veces. Como muchos, se vanagloria de ser feliz y buscar felicidad, pero cuando la tiene delante se acobarda y encapulla.
Es en el fondo un caracol: retráctil, ciega, acorazada, lenta para asimilar las cosas, y un poco babosa también.
Entiende la muerte, sin miedos o tapujos. De repente porque can't stare to think that the people she love's might die before her. Es la cosa más egocéntrica del mundo, me asquea.
It was normal for her to pretend being asleep while her parents talked grown up things. That's how she learned about distance and longing. Mintiendo. Her parents would have never thought she was such a great liar to make-believe her sleep was untouchable, and specially, child like.
Le gustaba cuando su mamá la calateaba en la playa para limpiarle la arena antes de subir al auto. A pesar de haberse tropezado ya con el pudor, una suerte de exhibicionismo la llenó de atrevimiento al imaginarse bella, redonditamente hermosa con su barriga de 8 años y sus piernecillas languiduchas.
Sorprendió a un hombre mirándole el pubis y le agradeció habérselo mostrado, por eso apuró lo más que pudo el regreso a casa para mirárselo en el espejo más compacto que encontró en el gabinete de mamá.
La pillé pegada contra la ventana de su cuarto recordando el verano. Sus retinas calcinadas y los cachetes enrojecidos como melocotones reventados, como los cachetes de una niña del Cusco. Pero ella es otra cosa. Se echa en la arena a olvidar. Una calentura le hierve la boca del estómago y parece ser otra. Finalmente se ha callado. Una luz imprecisa le paraliza el pensamiento. Ni la mosca, ni el claxon la mueven. Y se acuerda como si hubiera sido ella en el Cusco, viendo al sol derretirse como miel en el valle. Congelarse los pies en la noche. Calentar las piedras, el fogón, el mate.
Tiene 13 años y se parece a un ídolo africano. Una espiga larga y contenida. Nada en ella es suficiente así que decide regalarse completa. Un chico escuálido como una araña tiene el deleite de cogerla como a un pedazo de jabón. Ella permite casi todo y regresa a casa feliz, entendiendo que el placer es una cosa cochina que debe ocultarse.
Es una anciana que piensa en su muerte como la de un asteroide que se estrellará sin dejar estela. Mueve la quijada con un vaivén hacia adelante y atrás como si chupara un caramelo. Su provecta edad es inminente, tanto como su recién estrenada adolescencia.
La luz es lo único que la sobrecoge. La frena y empieza de cero.
Ha encontrado un pedazo de cielo para cerrar los ojos y mirarse. Aprendió a zurcir mientras calculaba milímetro a milímetro cómo decirme todo esto.
Es en el fondo un caracol: retráctil, ciega, acorazada, lenta para asimilar las cosas, y un poco babosa también.
Entiende la muerte, sin miedos o tapujos. De repente porque can't stare to think that the people she love's might die before her. Es la cosa más egocéntrica del mundo, me asquea.
It was normal for her to pretend being asleep while her parents talked grown up things. That's how she learned about distance and longing. Mintiendo. Her parents would have never thought she was such a great liar to make-believe her sleep was untouchable, and specially, child like.
Le gustaba cuando su mamá la calateaba en la playa para limpiarle la arena antes de subir al auto. A pesar de haberse tropezado ya con el pudor, una suerte de exhibicionismo la llenó de atrevimiento al imaginarse bella, redonditamente hermosa con su barriga de 8 años y sus piernecillas languiduchas.
Sorprendió a un hombre mirándole el pubis y le agradeció habérselo mostrado, por eso apuró lo más que pudo el regreso a casa para mirárselo en el espejo más compacto que encontró en el gabinete de mamá.
La pillé pegada contra la ventana de su cuarto recordando el verano. Sus retinas calcinadas y los cachetes enrojecidos como melocotones reventados, como los cachetes de una niña del Cusco. Pero ella es otra cosa. Se echa en la arena a olvidar. Una calentura le hierve la boca del estómago y parece ser otra. Finalmente se ha callado. Una luz imprecisa le paraliza el pensamiento. Ni la mosca, ni el claxon la mueven. Y se acuerda como si hubiera sido ella en el Cusco, viendo al sol derretirse como miel en el valle. Congelarse los pies en la noche. Calentar las piedras, el fogón, el mate.
Tiene 13 años y se parece a un ídolo africano. Una espiga larga y contenida. Nada en ella es suficiente así que decide regalarse completa. Un chico escuálido como una araña tiene el deleite de cogerla como a un pedazo de jabón. Ella permite casi todo y regresa a casa feliz, entendiendo que el placer es una cosa cochina que debe ocultarse.
Es una anciana que piensa en su muerte como la de un asteroide que se estrellará sin dejar estela. Mueve la quijada con un vaivén hacia adelante y atrás como si chupara un caramelo. Su provecta edad es inminente, tanto como su recién estrenada adolescencia.
La luz es lo único que la sobrecoge. La frena y empieza de cero.
Ha encontrado un pedazo de cielo para cerrar los ojos y mirarse. Aprendió a zurcir mientras calculaba milímetro a milímetro cómo decirme todo esto.