Mi madre creció en Huariaca, un pueblo ubicado en la provincia de Pasco.
Vivió su infancia y adolescencia entre Lima, Supe (donde pasaba los veranos con las tías Alicia y Celia, la última esposa de José María Arguedas), y por supuesto, en Huariaca, o lo que yo imagino Macondo debió ser.
Quisiera enumerar las historias que me ha contado sobre su vida allá, pero no hay justicia suficiente con lo que puedo llegar a hacer.
Hoy sólo quiero recordar una. Me contó sobre un hombre que solía pararse en la plaza a mirar el sol. Dice que nadie sabía exactamente porqué lo hacía. El asunto está en que, con el pasar de los años, mirando el sol día tras día, este hombre se quedó ciego.
No logro quitarme esa imagen de la cabeza. La encuentro de lo más bella.
Maupassant y Todorov hablaban de lo fantástico, maravilloso e insólito. Tzvetan Todorov declaraba que lo fantástico viene a ser la incertidumbre o vacilación que sienten aquellos seres que sólo conocen las leyes naturales cuando pasa algo aparentemente sobrenatural.
Eso sentí yo de chica, cuando mi madre me contó por vez primera esta historia y otras más. Como el personaje del hijo en Big Fish, cuando su padre le cuenta pasajes de su juventud; yo no podía encontrarle lógica. Ahora, a diferencia de ese personaje, y en reversa a la pérdida de candidez llegada la adultez, encuentro tan reales esas narraciones... Siento, casi, casi, que yo misma las viví.